Como siempre en una esquina del banco, la izquierda para ser más exactos, apoyó su brazo y se dispuso a pensar.
¿Se puede disponer uno a pensar? Voy a pensar, venga. A ver qué sale...
Ella era capaz de hacerlo, solo tenía que intentar poner un poco de orden en su cabeza y dejarse llevar. Incluso elegía el pensamiento, llevaba su cabeza allí donde quería. Y no siempre era el lugar más confortable ni fácil. Pero ella era así, valiente.
Esa tarde se paró frente a él. Frente aquel desconocido que quizá unos minutos después le iba a preguntar si le gustaba aquel cuadro. Era parte de una de sus fantasías, aunque era consciente también que solo una parte se podría hacer realidad.
En apenas un cigarro y unos pasos entraría en el museo. Miraría a su alrededor con curiosidad buscando a un hombre alto, muy alto. No sabía si iba a estar o no. Ella le pidió que no se lo dijera. Quería que aquella tarde de Chagall fuera inolvidable. La recordaría como la tarde en la que quizá una voz detrás de ella le dijera hola. Estaba convencida de que él no iría, le importaba poco. Habría sido un momento excitante, lleno de imaginación, atrevido y diferente. Como sus pensamientos.
Y ahora pensaba en aquella frase tantas veces repetida "Dame un beso". Los besos nunca se piden, se regalan al igual que los abrazos, la ternura y las sonrisas. Eso pensaba...