viernes, 4 de enero de 2019

LA TRISTEZA DE UNA DUDA

Sentada en el asiento trasero del taxi le indica al conductor por dónde ir hacia su casa. Ha sido una noche de risas y cariño. De recuerdos compartidos y planes futuros. Los amigos son infinitamente importantes para ella. Son sus cimientos, sus bastiones, los que la arropan y la escuchan, los que comparten y nunca se alejan.

Pero esa noche ella está triste, su mirada se pierde a través del cristal en una ciudad repleta de luces de colores que esperan con nerviosismo la llegada de los Reyes Magos de Oriente. Su gesto, sus ojos, su expresión hablan por sí solos. Y se pregunta cómo es posible que alguien sea capaz de pensar que ella es mala persona. Siente el dolor que le produjeron aquellas palabras hace unos días y no llega a entender el motivo si ella tan solo lo que hizo fue mostrar su decepción y por qué no, su enfado. ¿No tengo derecho a expresar como me siento? ¿Tengo la obligación de mostrarme siempre complaciente y comprensiva? Y ¿quién me comprende a mi? ¿Quién piensa en mi? Se pregunta indicando al taxista que ya están llegando a su destino.

Sale del coche cabizbaja deseando buena noche a aquel joven tímido y educado que le da las gracias. Saca las llaves y busca la más larga, la que abre la puerta del portal. Subiendo las escaleras se pregunta qué es lo que hace mal. Una, dos, tres vueltas a la llave y entra en su casa. Ya en el cuarto de baño se mira en el espejo y en voz alta pregunta: ¿Cómo fuiste capaz de llamarme mala persona? Nada podrías haber escrito que me hiciera mas daño. Como pudiste después de todo...

Ya en la cama siente esa angustia que produce el dolor de algo injusto. Y otra vez más se quedará sin vaciar el cajón de las cosas no dichas. Y de nuevo intentará que el sueño llegue a pesar de las lágrimas. ¿Mala persona? Como pudiste.

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