jueves, 29 de noviembre de 2018

LUCES ROJAS

Hace poco tiempo que aprendí que es eso de las “luces rojas”. No, no me refiero a los clubes de carretera. ¡Ay madre, que me lío! Es verdad que he escrito antes sobre miedos y miserias, quizá sea lo mismo dicho de otro modo.

Es curioso, ya que se supone que según vamos cumpliendo años y acumulando vida, debemos de estar más seguros de nosotros mismos y afrontar las cosas con mayor madurez y experiencia. Así debería de ser, pero parece que no pasa siempre.

Lo peor de todo es que en ocasiones esas “luces rojas” no hemos sido nosotros quienes las hemos creado, sino precisamente esa vida que ha sido injusta tantas veces. O mejor dicho personas con las que nos hemos cruzado. Devolviéndonos un golpe donde nosotros habíamos dejado un abrazo, dejándonos fuera allí donde habíamos llegado con tanto esfuerzo. Recompensando la confianza con una traición. Haciendo que nos sintamos siempre perdedores a pesar de batallar como titanes.

No me gustan nada “mis luces rojas”. Me producen inseguridad, desconfianza, desasosiego, un miedo terrible a sentir que de nuevo, perdí. Y me da un coraje tremendo porque yo no era así. ¿Esto es madurar? Pues vaya mierda.

¡Quiero recuperar mi inmadurez! Y confiar y sentir sin ahogos y reírme hasta llorar y que me duela la barriga. Quiero mirar de frente y no estar pendiente de mi espalda. Quiero volver a ser yo y sentir que si, que por fin gané aquello que merecía desde hace tanto tiempo, desde siempre.

Voy a poner empeño en mandar a TPC a esas “luces rojas” que me caen tan mal, tanto como el corrector del Wasap que pone lo que quiere y sin mi permiso. No, que no quiero dejar de ser como he sido siempre, como aprendí de mi padre. Positiva, confiada, alegre y buena. ¡Que poco se lleva eso de ser bueno! Desde que nací me tocó estar en este lado y nada ni nadie me va a mover de él.

¿Seré para siempre una inmadura? Pues lo seré y el colmillo retorcido se lo dejo a otr@s. ¿Lloraré? Pues si, así tendré los lagrimales bien hidratados. ¿Me harán daño una y otra vez? Espero que no, joder. Y si es así, el karma será justo. 

Las luces que sean de colores, de muchos colores. Y a vivir.

jueves, 15 de noviembre de 2018

ESE CAMPO DE AMAPOLAS

Siempre repites que nunca mas y ese momento continúa sin llegar. Te dices una y otra vez que no puedes ni debes sentir con tanta intensidad mientras te lames las heridas. No encuentras el motivo por el cual te es tan difícil cambiar tu manera de vivir.

Y te levantas de nuevo con la certeza de que pronto volverás a caer y ya no sabes si es un vicio o se ha convertido en una automutilación emocial de la que no puedes prescindir.

Escuchas de nuevo esas mismas palabras una y otra vez en diferentes bocas y con distintas voces y que a estas alturas se antojan vacías por repetidas.

Y ya no sabes lo que es auténtico, lo que es verdad, lo que es sentido o amañado con el fin de lograr un objetivo fugaz y lleno de cinismo.

Tu mirada perdida, fija en algún punto de ese horizonte tal lejano donde en ocasiones parece que veas algo que se convierte en espejismo al instante te hace cada día más daño. Lloras, gritas, ríes y te derrumbas entre lodos y campos de amapolas. Analizas, piensas y sientes que eso debe de parar. No puedes más, no quieres poder más.

El agotamiento y el llanto te llevan a un sueño en el que descansas por fin y al despertar, de nuevo piensas que quizá ese nuevo día te traiga por fin el sosiego que necesita tu corazón, te lleve a ese campo de amapolas.

sábado, 3 de noviembre de 2018

OTRA PALABRA BONITA, FAMILIA

Hace unos días, una reunión familiar me trajo un montón de recuerdos. Miraba en silencio a mi alrededor escuchando las voces y risas de mi familia y pensando en lo que habían cambiando  nuestras vidas en todos estos años. Repasaba la edad de cada uno y me parecía mentira. Uno de mis primos me traía a la memoria a mi tío, su padre. Los mismos gestos, la misma manera de hablar y esa mirada irónica. Aquel hueco en la mesa, que ocupé yo, era el espacio de mi padre hacia apenas unos meses. Nuestros hijos habían dejado de ser aquellos niños que comían pizza y jugaban en la habitación a la PsP para convertirse en adolescentes y algunos de ellos ya tenían a su novia al lado. En una esquina, en sus sitios de siempre, los octogenarios. Sus miradas cansadas y sus gestos torpes me hacían recordar la vitalidad de otros tiempos.

Y allí estaba yo, sentada en la mesa de la cocina, con la espalda apoyada en la pared y las piernas cruzadas, encendiendo de nuevo un cigarro. Sonriendo. Con una melancolía que me hacía sentirme atrapada por momentos en aquellos tiempos en los que no faltaba nadie.

Mi infancia, mi niñez, mi adolescencia, mi vida... Siempre han estado unidas a mi familia, a tantos momentos felices, a comidas con debates interminables, a risas, a sentimientos que siempre me han producido esa sensación de orgullo y cariño hacia todos ellos.

Se acerca el final de este año y comienzo a pensar, a repasar todas las cosas que han ocurrido. Inevitablemente ninguna alcanza a ocupar el protagonismo de la pérdida de mi padre. 2018 será el año en el que una parte de mí se fue para siempre.

En unas semanas volveremos a tener otra celebración familiar y como siempre habrá un momento en el que me quede en silencio mirando a mi alrededor sentada en aquella silla de la cocina y piense que al final son ellos los que siempre me devuelven esa sonrisa cargada de amor.

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