Recuerdo que mi profesor de autoescuela me decía que me tomara un copazo de coñac antes de ir al examen. ¡Qué tiempos! Vaya recomendación. Se reía al mirar mi gesto e insistía en que estar tan tranquila era igual de contraproducente que estar demasiado nerviosa.
Cada día sosiego mejor. Y que conste que me ha costado un güevo llegar a desarrollar esta capacidad. Reconozco que la materia prima es buena, pero todo conlleva en esfuerzo.
¿Que no llego a fin de mes? Sosiego. ¿Que no hay manera de que adelgace los cinco kilos que quiero? Sosiego. ¿Que cada día duermo menos? (Ya estoy en cinco horas raspadas a veces!) Pues sosiego. ¿Que no ligo? Ommmm. ¡Esto último es mentira! Jajajaaja. Al final terminamos muchas veces dando las gracias a aquellos que nos han hecho sufrir. Y es que hay situaciones que vivimos que aunque parezcan tremendas; que lo son en el momento, luego nos aportan grandes enseñanzas.
Os recomiendo a todos esta práctica tan valiosa para cienes y cienes (me gusta el palabro) se circunstancias cotidianas. ¿Que me tocas las pelotas? Yo, sosiego. ¿Me vas a amargar tú a mí? Mira, mira que sosegada estoy. ¿Un atasco? Buah, me da hasta la risa.
Esta mañana he conocido a alguien que mientras me enseñaba lo que yo iba a comprar, me ha mirado a los ojos diciendo:
"Me da mucha pena venderlo, tiene un gran valor sentimental para mí, pero me hace falta el dinero. Me quedo tranquila porque te lo llevas tú y eres buena persona. Lo sé."
No es la primera ni la segunda vez que un desconocido me dice esto. Sosegadamente os digo que si, lo soy. E intento serlo cada día un poquito más. Quizá por eso cada vez sosiego mejor. Y ahora mirad hacia dentro, a ver qué veis.
Besos y abrazos. Y en nada la presentación del libro. ¡Pues claro! En realidad ¿a qué he venido yo aquí? ... ; )