martes, 22 de abril de 2014

A QUE PRECIO ...

Son esas veces cuando el corazón no sigue a la cabeza y la cabeza quiere ser libre,  cuando nos creemos llegar al límite de nuestras fuerzas y sentimos como perdemos el control en una espiral de sin sentidos y casi locura. Son esas veces en las que sin poder comprender lo que esta pasando, creemos que la vida se nos va y por más que intentamos pisar el freno, no podemos.

Es entonces, cuando paseando sin rumbo y las manos en los bolsillos, la cabeza se levanta pesadamente y miramos hacia el cielo sin saber a quien hablar, sin poder pensar y deseando que las lágrimas no visiten nuestros ojos. Es entonces, cuando sentarnos en un banco en mitad de la nada nos hace pensar lo cansados que estamos, las pocas fuerzas que quedan para continuar y por que no, las pocas ganas de hacerlo.

La inseguridad se hace dueña de nosotros y nos preguntamos si las decisiones tomadas han valido la pena, si el precio tan alto que estamos pagando por ello sirve de verdad para algo. Esas veces en que no encontramos consuelo, en las que después de haber perdido el apoyo y el cariño de alguien, piensas si fue verdad o tan sólo una mentira.

Que difícil nos resulta continuar con esa carga que nos trajo nuestra necesidad de ser nosotros mismos. Mirando alrededor no encontramos consuelo y tan sólo nos queda llorar y esperar a encontrar la respuesta, que sin duda aparecerá, pero cuando? Las fuerzas se agotan y la esperanza languidece frente a ese muro gris que intentamos pintar de colores un día tras otro.

miércoles, 16 de abril de 2014

Y PENSÉ QUE ERAS UN CERDO

Fijo la mirada en ese cable negro de grosor indeterminado, no soy buena calculando diámetros, ni pesos, ni longitudes. Tampoco lo soy calculando afectos, mentiras y decepciones. Suena la música en el salón de mi casa y sentada en el sofá cojo un libro. Me enciendo el primer cigarrillo de la mañana y me quemo con la taza de te negro.

 Una amplia calada me llena la sangre de nicotina, esa que me está volviendo a enganchar cada día más. Comienzo a leer una y otra vez las tres primeras líneas; no me concentro, no sé lo que estoy leyendo. De nuevo, ese cable negro capta toda mi atención. Viajo a través de mis recuerdos a esa habitación de hotel de colores pastel tan bien decorada. Me paro en aquel espejo en el que no dejaba de mirarme una y otra vez aquella fría mañana de marzo.

 Revivo los momentos de nuestras bromas, las risas, nuestros besos y caricias. A mi mente vienen una y otra vez aquellos momentos de placer y entrega. Escucho de nuevo tus palabras, tus susurros. Y esa manera de mirarme, esa que me ruborizaba en ocasiones.

 He dejado de quererte me dijiste, se acabó. Sentí entonces un calor abrasador en mi cara y mi corazón latiendo desbocado. No sabía donde mirar, no supe que decir. Mi boca seca no me permitía articular una palabra. Los ojos se me llenaron de lágrimas y el ahogo en mi garganta me hacía respirar con dificultad. Tus palabras retumbaban en mi cabeza; he dejado de quererte, se acabó.

 De pronto me di cuenta de que estaba sola en la habitación, frente a ese espejo en el que por la noche habíamos dibujado en una esquina con uno de mis carmines, una sonrisa. Miraba esa esquina, mi cuerpo temblaba y una tras otra las lágrimas fueron rodando por mi cara. Me preguntaba como se deja de querer a alguien, pensaba en lo que me hubiera gustado hacerlo yo también en ese momento. El dolor que sentía me impedía parpadear. Sonó el teléfono de la habitación, eras tú para decirme adiós y avisarme de que estaba pagado el cava. No pude contestar, colgué el auricular pensando que eras un cerdo.

 Comienzo otra vez mi lectura con un sorbo de te que ya no quema y un nuevo cigarrillo. Después de las diez primeras páginas, miro de nuevo y de reojo a aquel cable negro y me doy cuenta de que no está solo, hay otros dos más. Diferentes diámetros, pesos y longitudes, tan diferentes como los afectos, las mentiras y las decepciones.

domingo, 6 de abril de 2014

ES LO QUE HAY

En estos días y por circunstancias que no vienen al caso, varias personas me han dicho que no es bueno mostrarse tal y como uno es. Y me quedo como una niña a la que su madre le dice que no algo y no entiende porque. Y pienso que llevo media vida intentando saber quien soy y que cada día me despierto reafirmandome e intentando sentirme bien conmigo misma. Y consciente del esfuerzo que todo ello supone, pues no me da la gana... Bien es cierto que debemos de aprender a autoprotegernos a veces, pero me niego a que eso signifique no ser como soy. Y en este aprendizaje debo de esmerarme más, lo reconozco, pero no significa crear una barrera a mi alrededor, por que a estas alturas del baile poco me importa la exposición que supone salir a la pista y dejarme llevar por la música. Pensando en todo esto y alguna cosa más, ando hoy un poco... ¿Como diría yo? Un poco cansada de tener que medir mis palabras, mis gestos, mis sonrisas, mis besos... En fin, mi actitud ante la vida. Una actitud positiva y alegre siempre que las circunstancias me lo permiten, como a todos. Y por si alguien no se había dado cuenta todavía, intendo vivir con una sonrisa permanente, la cual en muchas ocasiones no quiere decir que esté contenta o tranquila; a veces, lo que significa es que lo estoy intentando. Me cuesta no querer y eso me ha llevado a llorar mucho, ya me lo decía él hace tantos años! Pero queridos (!hacía mucho que no os decía queridos!)llorar, además de dejar los lagrimales como la patena, te deja el alma tranquila. Y asi es como yo quiero vivir. Con el alma tranquila y el corazón abierto, aún a sabiendas que se puede romper más facilmente. Poco me importa si eso significa ser como soy y vivir conforme conmigo misma. :)

jueves, 3 de abril de 2014

ESE VIERNES ERA 10 (Fantasías Sexuales-12)

Todavía retumba en su cabeza el sonido que hacia el cabecero de madera cada vez que él, con el ímpetu de la excitación, entraba dentro de ella una y otra vez…

Un fin de semana en el que estaba prevista una insufrible reunión familiar, se convirtió sin buscar, ni querer ni pensar, en un derroche de piel y humedad sin límite.

Lleva mis manos hacía atrás, le decía ella mientras encima de él, deseaba ser poseída y poseer en el mismo gemido. El olor a azahar de las velas en la habitación era una invitación a llenar los pulmones sin descanso, una y otra vez.


Había llegado el viernes y la pereza y las pocas ganas de aquel fin de semana no la invitaban ha hacer la maleta. El pantalón del viaje, un pijama y el vestido para la cena del sábado eran suficiente equipaje. No soportaba a sus primos, ni tampoco a las mujeres de estos. El ruido que los niños provocaban siempre le resultaba insufrible y el sitio elegido no tenía para ella ningún encanto.

Resoplando una y otra vez, guardó el neceser y cogió el libro que tenía sobre la mesilla de noche. Un dolor de cabeza y con suerte aprovecharía para leer las apenas cuarenta páginas que le quedaban para terminarlo.

No entendía ese empeño en reunirse todos una vez al año, pero nunca decía que no. Al fin y al cabo era la única familia que le quedaba, y aquellas reuniones le hacían evocar las que cuando eran pequeños hacían sus padres.

Miró el mapa, no le gustaban las máquinas que hablaban indicándole el camino; y puso rumbo a aquella casa rural en ese viernes soleado y aburrido hasta ese momento. La música siempre se le antojaba necesaria para conducir aunque la distancia fuera corta. De otro modo, el pensamiento, caprichoso, se iba a sitios donde ella prefería no estar; al menos esa tarde.

Comenzaba a anochecer, la carretera vacía y el acogedor paisaje, le hicieron esbozar una sonrisa de complacencia. Al final, hasta lo mismo se lo iba a pasar bien e iba a disfrutarlo. Un par de kilómetros más y ya habría llegado a su destino.

Subiendo la pequeña cuesta que separaba la casa de la carretera, se dio cuenta de que no había ningún coche en el aparcamiento. Extrañada frunció el ceño, su primo el mediano siempre llegaba antes de la hora. Aparcó y apagó el motor, miró de nuevo el mapa y buscó en el móvil el mensaje que le habían mandado. Sí, era allí. Bajó del coche poniéndose rápidamente la cazadora, ¡que frío carajo! Acercándose a la puerta de la entrada, empujó mirando con curiosidad. Era chulo, que bien!! Se abrió una de las puertas de dentro y apareció un tipo que la saludó con amabilidad y extrañeza preguntando en que podía ayudarla. Algo no cuadraba. ¡A que se había equivocado! ¡A que no iba a ser ese fin de semana! Trajo a su memoria el mensaje del móvil mientras le explicaba a aquel hombre… ¡Ayy, los días 11 y 12! Ese viernes era 10!


Llevaban sentados en la mesa más de tres horas sin parar de hablar; la cena había sido estupenda, todo había estado rico al igual que el anfitrión, que ya fuera por el vino, por las risas o por esa barba de tres días, también se lo parecía.

El café, en el sofá, le dijo él mirándola a los ojos mientras apuraba la copa de Rioja. Ella asintió y sonriendo se levantó de la mesa encendiendo un cigarrillo. Comenzó a pasear por el salón donde había de todo lo que uno podía desear encontrarse en una casa rural. Un montón de pelis buenas, juegos de mesa, libros de todo tipo. Novelas, arte, pintura… Música para casi todos los gustos y una exquisita y cálida decoración zen.

Se sentó junto a uno de los brazos de ese sofá color tierra que tan bien combinaba con las paredes. Cogió una revista de naturaleza que había sobre la mesa y comenzó a ojearla mientras él trasteaba en la cocina. De pronto, se dio cuenta de que no le había preguntado si vivía allí solo o compartía con alguien el negocio. Y haciendo una mueca pensó que le importaba poco.

Le preguntó si quería azúcar o sacarina y antes de que ella pudiera contestar, tenía sus manos sobre los hombros. Los hombros!! Una de las partes más sensibles de su cuerpo. Él comenzó a acariciarlos, suavemente y con firmeza al mismo tiempo. Sintió el primer roce de su boca y un beso fugaz en su cuello. Se estremeció.

Sentado ya junto a ella, sirvió el café y le acercó la taza, rozándole los labios con su mirada. Ella, sabedora de lo que iba a ocurrir, se dejaba llevar por ese momento de cosquilleo en algunas partes de su cuerpo. Fue el café más rápido desde hacía mucho tiempo, seguramente demasiado. Dos, tres meses. ¿Cuatro quizá? Demasiado sin duda.

La charla continuaba ya entre susurros, el lenguaje corporal de ambos hacía presagiar que de un momento a otro la conversación llegaría a su fin, para dar paso a los sonidos. Esos que tanto gusto dan, esos sonidos que emitimos de abajo a arriba y que quedan ahogados en más de una ocasión por el placer que produce su cuerpo, por el placer que produce el mío.

Y continuaban hablando entrecortadamente del color en los cuadros de Gaugin mientras poco a poco iban quitándose la ropa. Sus bocas a menos de un milímetro una de otra y sus ojos clavados en ellas, con ese deseo contenido de comérselas. Y mientras cae la última prenda de ella, él termina de dejar caer su pantalón. Cuerpo a cuerpo da comienzo el turno de las caricias y de los besos; suaves primero, sin pudor ni control después. El deseo se apodera de ambos. Tumbándola sobre la cama continua besándola sin dejarse un solo palmo, ella gime y nota como todo su cuerpo se estremece de placer. La intensidad cada vez es mayor a medida que va sonando el cabecero de madera en sus oidos. Una y otra vez, sin cesar. Lleva mis manos hacia atrás. le decía ella mientras encima de él, deseaba ser poseída y poseer en el mismo gemido...

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