miércoles, 16 de abril de 2014

Y PENSÉ QUE ERAS UN CERDO

Fijo la mirada en ese cable negro de grosor indeterminado, no soy buena calculando diámetros, ni pesos, ni longitudes. Tampoco lo soy calculando afectos, mentiras y decepciones. Suena la música en el salón de mi casa y sentada en el sofá cojo un libro. Me enciendo el primer cigarrillo de la mañana y me quemo con la taza de te negro.

 Una amplia calada me llena la sangre de nicotina, esa que me está volviendo a enganchar cada día más. Comienzo a leer una y otra vez las tres primeras líneas; no me concentro, no sé lo que estoy leyendo. De nuevo, ese cable negro capta toda mi atención. Viajo a través de mis recuerdos a esa habitación de hotel de colores pastel tan bien decorada. Me paro en aquel espejo en el que no dejaba de mirarme una y otra vez aquella fría mañana de marzo.

 Revivo los momentos de nuestras bromas, las risas, nuestros besos y caricias. A mi mente vienen una y otra vez aquellos momentos de placer y entrega. Escucho de nuevo tus palabras, tus susurros. Y esa manera de mirarme, esa que me ruborizaba en ocasiones.

 He dejado de quererte me dijiste, se acabó. Sentí entonces un calor abrasador en mi cara y mi corazón latiendo desbocado. No sabía donde mirar, no supe que decir. Mi boca seca no me permitía articular una palabra. Los ojos se me llenaron de lágrimas y el ahogo en mi garganta me hacía respirar con dificultad. Tus palabras retumbaban en mi cabeza; he dejado de quererte, se acabó.

 De pronto me di cuenta de que estaba sola en la habitación, frente a ese espejo en el que por la noche habíamos dibujado en una esquina con uno de mis carmines, una sonrisa. Miraba esa esquina, mi cuerpo temblaba y una tras otra las lágrimas fueron rodando por mi cara. Me preguntaba como se deja de querer a alguien, pensaba en lo que me hubiera gustado hacerlo yo también en ese momento. El dolor que sentía me impedía parpadear. Sonó el teléfono de la habitación, eras tú para decirme adiós y avisarme de que estaba pagado el cava. No pude contestar, colgué el auricular pensando que eras un cerdo.

 Comienzo otra vez mi lectura con un sorbo de te que ya no quema y un nuevo cigarrillo. Después de las diez primeras páginas, miro de nuevo y de reojo a aquel cable negro y me doy cuenta de que no está solo, hay otros dos más. Diferentes diámetros, pesos y longitudes, tan diferentes como los afectos, las mentiras y las decepciones.

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