sábado, 12 de enero de 2019

LA VIDA APREMIA

Esta tarde he estado en el bingo yo sola. ¡Menuda experiencia! Y a dos números me he quedado de que me tocara el bingo lento de dos mil pavos. ¡Ah! Os preguntáis qué es eso del bingo lento ¿eh? Pues hij@s, la palabra lo dice, lento. Cantan las bolas con calma y el motivo es que como es especial la gente compra mínimo tres cartones. Y si cantas antes de la bola 50, pues en vez de dos mil te llevas tres mil ochocientos boniatos. ¡Para no ir lento!

Yo creo que me he sentado en la mesa equivocada pero es el que un camarero de sala (¿se dirá así?) me ha presionado un poco y se me ha debido de descolocar algo cósmico porque yo iba convencida de triunfar.

La media de edad rondaba los setenta y seis años. Ellas eran las que mandaban en las mesas y algún varón saltedado como el champiñón también había. Me ha dejado muerta la agilidad de los vendedores de cartones y varios caballeros con traje y pinganillo en el oído, controlándolo todo.

No sufráis, me he jugado solo diez eurillos, hubiera preferido tomarme cuatro birras pero no ha sido para tanto y me he divertido. Es lo que tenemos los escritores, siempre buscando personajes.

Cuando salía, sin dejar de mirar a todas partes y fotografiando visualmente escenas de las mesas he visto a un tipo joven, el único junto con una veinteañera que estaba sentada con la que parecía ser su abuela. El joven en cuestión llevaba puesto un chándal azul y gris, era delgado y se colocaba sus gafas con lo que parecía ser un tic. Su expresión era algo desesperada, con mezcla de tristeza y soledad. He pensado entonces que quizá sabía que a esa hora los bingos eran lentos y por lo tanto los premios tenían cuatro cifras. Quizá habría sacado de su bolsillo ese arrugado billete de veinte euros que horas antes, en su casa, habría mirado una y otra vez intentando que le hablara diciéndole que era el de la suerte. Ese billete con el que podría comprar comida para unos días o podría desvanecerse en un rato de números cantados.

No sabré qué ocurrió con ellos pero esa imagen revelada ya en mi cabeza me ha hecho pensar caminando hacia mi casa. El juego, los horóscopos, las videncias... Todos necesitamos en algún momento de nuestras vidas una señal, unas palabras, un gesto sobre nuestro presente y futuro. Todos necesitamos aferrarnos a una esperanza de que las cosas van a cambiar e irán mejor. ¡Qué débiles somos! Llevo unas semanas leyendo por curiosidad todos los horóscopos y vienen a decir lo mismo. Una semana son Aries, Virgo y Acuario los que triunfarán en el terreno laboral y a la siguiente parece que les toca a Libra, Piscis y Capricornio. Escucho a mi alrededor todos los días como los presentimientos de algo bueno florecen y alguna recomendación de una vidente que acierta en todo.

Llegando a casa, me tropiezo con aquellos que están saliendo de una iglesia cercana, han ido a misa. Y no puedo más que sonreír. Estos han rezado, pedido perdón por sus pecados y confían en que sea Dios quien haga el milagro. Quien sabe, es posible que aquel joven de chándal azul y gris del bingo termine esta tarde pidiéndole al Señor explicaciones de su desgracia al tiempo que se lamenta por haber estirado aquel billete, jugarse diez cartones y comprobar que su vida le apremia mucho más que aquel bingo lento.







No hay comentarios:

Publicar un comentario

LO MÁS LEÍDO