jueves, 13 de febrero de 2014

BAJO EL HÁBITO (Fantasías Sexuales-9)

Lo primero que hago al sentarme frente al ordenador esta noche, es esbozar una inmensa y como no, pícara sonrisa. Cómo ya he dicho muchas veces, acostumbro cuando puedo a escribir con música, y caramba! hoy me cuesta un poco elegirla...


Frente a la puerta de la entrada, respiro hondo y subo lentamente los tres escalones que me separan de aquel timbre. Pulso con decisión y una voz amable me pregunta quien soy. Aquel portalón se abre automáticamente como si tuviera prisa porque entrara. La hermana Montaña me recibe con un leve gesto de reverencia y curiosidad.

- Buenas tardes hermana, la saludo sin saber muy bien si es así como debo de hacerlo. No acostumbro!
- Buenas tardes, me contesta. Haciendo un gesto con su mano e invitándome a seguirla.

Por los pasillos del claustro, miro a mi alrededor y respiro esa calma que siempre transmite un convento. A lo lejos adivino la figura de otra monja que parada parece esperarme. La hermana Montaña continua su camino, silenciosa, mientras veo como una mano se extiende hacía a mi.

- Soy la Madre Nieves, encantada. Pase por favor.
- Encantada, contesto algo impresionada. Nunca había estado frente a una Madre Monja.


Una tetera con dos tazas, leche y azúcar sobre una mesita redonda cerca de la gran mesa del despacho. Limpia, sin un solo papel encima, ni siquiera un bolígrafo o un sobrio abrecartas. No puedo evitar entonces imaginarme a aquella mujer sobre el roble, con la cabeza medio colgando y subiéndose el hábito poco a poco mientras le imagina a él enfrente. Intento mantener la mente fría. Joder que burra soy, pienso hasta algo avergonzada.

Nos servimos un té y la Madre Nieves empieza a contarme solemnemente la historia de la orden. Mi cabeza sigue en esa mesa, no me estoy enterando de nada y bruscamente le pregunto.

- Madre, ¿Como era?

No parece sorprendida y debería de estarlo supongo. Se recuesta en aquel sillón marrón y con la mirada perdida hacía el jardín que se ve por el ventanal, suspira, sonríe y comienza a decirme como era. No salgo de mi asombro, soy yo la que oiiplática se queda ante la respuesta de la religiosa. Fue un pensamiento en voz alta. Cierto es que siempre había tenido curiosidad por saber como serían las fantasías del clero, pero nunca pensé tener la suerte de que alguien me las contara.


Retorciéndose levemente me cuenta que era alto, con ojos verdes, moreno y pelo rizado. Necesito beber un sorbo de aquel delicioso té.

Continua sonriendo contándome que llegó para hacer unas prácticas en el colegio; era profesor de matemáticas. Y casi me ahogo cuando vi como suavemente se mordía el labio inferior.

- Joder Madre, exclamé. Uyy, perdón!!

Me mira y sonríe como lo haría cualquier amiga que me estuviera contando la historia de su último ligue. Me siento cómoda entonces y la invito a seguir con máxima curiosidad.

Continua diciéndome que él era demasiado joven y que ella no podía... Me cuenta como miraba por la ventana de la clase y le veía escribiendo las derivadas en la pizarra, y...

Su gesto se torna triste cuando recuerda como al finalizar aquel curso, él se marchó fuera a terminar sus estudios y ya nunca le volvió a ver. Dando un discreto respingo en aquel sillón complice, recuerda aquella tarde en la que armándose de valor le llamó por teléfono. Me cuenta como sintió abrirse, todos los poros de su piel al escuchar su voz. La conversación fue breve, tímida, lejana...

La hermana Montaña nos avisa de que nos esperan para comer. Nos levantamos y nos dirigimos hacía la puerta. Un último vistazo a aquel despacho. Salgo, sonriendo y con la seguridad de saber desde cuando y por que esa mesa está siempre tan limpia.



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