domingo, 30 de septiembre de 2018

Y LAS TUYAS ¿DE QUÉ COLOR SON?

Había llegado a aquella playa sin apenas darse cuenta, caminaba sin rumbo con la única intención de escuchar las olas y sentir la brisa. Estaba cansado de pensar, de intentar tomar siempre la mejor decisión, de no hacer daño aunque el precio fuera hacérselo a sí mismo. Sus pies desnudos sobre la arena, los pantalones arremangados y un libro entre sus manos. No necesitaba nada más, no quería necesitar nada más. Se paró bruscamente mirando el horizonte y llenó sus pulmones de aire hasta casi marearse. Necesitaba respirar, demasiado tiempo conteniendo palabras, lágrimas, reproches, tristeza, melancolía y ganas. Esas ganas de vivir que tanto tiempo llevaba olvidando.

Se percató entonces de que justo delante de él una mujer sentada en la arena parecía tener sus mismas necesidades. Se acercó cauteloso y le dijo:

-Ten cuidado con las medusas.

Ella apenas levantó su cabeza mirándole de arriba a abajo.

-¿Qué medusas?- respondió.
-Las que hay dentro de tu pensamiento- dijo él.

Ambos tenían la misma necesidad de soledad y sin saber cómo empezaron a caminar juntos. En silencio esos primeros pasos, tan solo mirándose los de después. Eran dos extraños compartiendo miles de cosas en aquel instante. Los ojos, los gestos, la manera de arrastrar los pies sobre la arena. Todo parecía acompasado, ensayado y puesto en escena como una sorprendente obra de teatro.

-¿De qué color son las tuyas?- preguntó ella deteniéndose frente a él.
-¿Las mias?- respondió él.
-Tus medusas, ¿de qué color son?

La miró y después de tantos años sintió aquella ternura olvidada. Los ojos de ella llenos de lágrimas esperaban aquella respuesta anhelada.

-¿Las mias? Son de color añil.
-¿Añil? Ese color me recuerda a mi infancia- sonrío ella cayéndole la primera lágrima por su rostro.

Habían llegado al final de la playa. Él la ayudó a subir a un pequeño montículo, ella le miró en silencio agradeciendo su gesto. Cerca de una roca había una zapatilla vieja y descolorida por el agua.

-Mira- exclamó ella.

Él miraba de un lado a otro sin ver.

-Ahí, sobre la roca más grande de todas.

Mirando aquel resto de quién sabe qué, él acertó a decir en un susurro.

-¿Crees que su dueño alcanzaría la felicidad?

Ella le miró con ternura, esa olvidada y llevando su vista hacia el horizonte, contestó:

-¿La felicidad? Te refieres a esa brisa que de pronto llega pero que nunca se queda?

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