sábado, 15 de diciembre de 2018

53

Hace 53 años mi madre estaba casi camino del hospital. Si, tardé un día y medio en salir. A las 20:40 del día 17 decidí que había llegado el momento de ver la luz y por fin asomé la cabeza y llegué. ¡Pobre madre! Más de 24 horas de parto y sin epidurales y esas cosas modernas que hay ahora. No me extraña que aún hoy de vez en cuando me mire de soslayo.

Hacía poco más de un año que se habían casado y ahí estaba yo, con mis tres kilos y medio y cara de chinita. Mi madre no recuerda mucho más de ese momento y no me extraña, la pobre estaría exhausta y seguro que me tendría un poco de manía. Lo entiendo, ¡que criatura más pesada!

A veces ella no me dice la verdad sobre alguna cosa y yo siempre la miro con media sonrisa, levantando la ceja y le digo “mamá, que te conozco desde que nací”. Ella se ríe, se sienta a mi lado y me lo cuenta.

¡53! ¡Como pasa la vida! Si, si, parece que fue ayer de un millón de cosas y ya estoy en la mitad de la década. Ni me siento vieja ni me faltan sueños. Soy consciente que muchas ilusiones se han quedado por el camino, lo acepto y sonrío y me quedo con el hecho de haberlas tenido. Sigo pensando que desde ese instante en el que llegué he sido afortunada. Nunca me ha faltado un beso, una risa, algún azote y el inmenso amor de mis padres. Ese amor que hoy sigo teniendo porque él me llena el corazón de ello y mi madre me lo da con su mirada. Soy afortunada por tener los hermanos que tengo. Aun siendo la mayor y desde siempre mi rol ha sido el de asumir responsabilidades y ser la fuerte, siempre me cuidan, me respetan y me quieren. Soy afortunada gracias a los amig@s que me acompañan en el camino. Lo soy porque tengo el mejor hijo que pudiera desear. Y sobre todo, me tengo a mi. Ese bebé con cara de chinita que 53 años después ha aprendido lo que es dar las gracias a la vida por tanto.

Sigo pensando que estoy estupenda y en un fantástico momento. Sigo sin tener miedo a apostar y perder. Sigo caminando mirando hacia atrás algunas veces pero sin pararme. Continúo sintiéndome bien conmigo misma, sin dejar de querer aprender y crecer interiormente. Grito a los cuatro vientos que VIVIR SIGUE SIENDO LA CONSIGNA y por supuesto, SONRÍO.

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