sábado, 1 de diciembre de 2018

DAÑOS COLATERALES

Sentada en el coche, mi fiel compañero en momentos de soledad y reflexión, siento el sol en mi cara. Ha amanecido algo nublado o quizá haya sido yo la que se ha despertado triste.

Hace un rato bajé a la pastelería donde me gusta desayunar algún sábado. Sentada frente a la puerta, con la mirada perdida al igual que mi pensamiento, extendía el tomate por el pan y de pronto se ha acercado a mi una señora que estaba detrás. Era pequeñita, no muy joven, llevaba un gorro y una bufanda a juego en tonos lilas. Y me dice bajando el tono de voz e inclinándose ligeramente hacia mi: “Está riquísima la tostada, yo no me he pedido otra por vergüenza”. Me he quedado mirándola y he sonreído como hacía días. “Si, tiene muy buena pinta, ahora voy a disfrutarla yo”, he respondido. Me he quedado mirando como salía y sin dejar de sonreír pensaba en que estaba segura de que era un ángel. Si, si, yo creo en ellos. Y en las hadas y en los hilos rojos.

Sentada como digo en mi coche y dejando que el sol me energetice (si no existe la palabra, ya la he inventado yo) he estado compartiendo palabras con alguien al que no conozco personalmente pero si su interior. Sonreía pensando en lo curiosa que es la vida. Ahí estaba yo, dando mi opinión a alguien sobre su relación con mi amiga, intentando ayudarle a él a encontrarse a sí mismo cuando en este momento yo me siento tan perdida.

¿Sabéis que son los daños colaterales? Pues una puta mierda (perdón por la expresión, pero relaja mucho). Cuando se habla de ellos se pone cara de pena y se encogen los hombros ¿verdad? Así me siento yo ahora mismo, como un puto daño colateral. Pues ¿sabéis dónde los voy a mandar? A TPC con las luces rojas, porque esta vez no me rindo y los consejos que vendo para mi si tengo. Espacio, tiempo, paciencia y reflexión. Eso si, hacia adelante y sin dejar de luchar por lo que sabes que es.

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