viernes, 6 de abril de 2018

DE ÉL APRENDÍ A LUCHAR

Hace unos días escribía que nada es para siempre y el cosmos, supongo, hoy me da la razón.

Es cierto también eso de que no sabemos lo que tenemos hasta que lo perdemos. O como en este caso, exista el riesgo de hacerlo.

También comulgo con ese decir de que nos preocupamos demasiado de cosas banales y dejamos a un lado lo verdaderamente importante. Y que siempre tiene que pasar algo malo para darnos cuenta de ello.

Hace un par de años escribí sobre mi padre, le dediqué palabras en su ochenta cumpleaños, hoy quiero hacerlo en nuestra lucha por salir de esta como ya lo hemos hecho de unas cuantas.

De él he aprendido que todo es posible si crees en ello y no te rindes. Me ha enseñado a no ver nunca el lado negativo de las cosas ni de las personas. He aprendido a confiar en mí misma ante cualquier adversidad. Mi padre me ha enseñado que a veces la vida no es fácil pero nunca hay que rendirse.

Tengo la seguridad de que él está luchado desde ayer en esa cama del hospital. Intentaba hablarnos y se cabreaba por no poder hacerlo, apenas un susurro salía de su boca y el aparato que le controla la tensión comenzaba a pitar.

No ha llegado la hora, lo sé. Como decía anoche mi hijo: “mamá tranquila, el abuelo está hecho un toro”. Tengo la fortuna de poder decir que tengo un padre tremendamente generoso, valiente, terco y optimista. Aunque sea un mamonazo y se tome la medicación cuando le sale de los güevos. Seguro que muchos estáis sonriendo ahora mismo y pensando que me entendéis muy bien. ¿A qué sí?

Sr Melgosa, vamos a por ello. Nunca nos podrán tachar de cobardes. Te quiero papá.

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