lunes, 21 de octubre de 2013

MIRAR CON EL CORAZÓN (Parte 3)




Es ya de noche y sigo sentada en las escaleras de la iglesia, la mirada continua perdida en el horizonte y tirito. Me levanto y bajo lentamente los cinco escalones que me separan del camino. Ese camino que comienza en el corazón, ha parado tantas veces en el alma y al que todavía no le he encontrado el final.


Y comienzo a descender la pendiente que me lleva hasta mi casa, pero primero abro la portezuela de la escuela a mi derecha, entro y sonrío. Recuerdos de voces y risas, de juegos, del roce del sol en nosotros. Secretos, fuimos cómplices, amigos.


Llevo aquí ya dos semanas y siento que el tiempo no pasa. Escribo, leo, paseo, pienso y recuerdo. ¿Y que más pedir? No, no me hace falta, aprendí a convivir con la soledad y no es tan mala compañera. No me hace falta, ya no.


Abro la puerta, las dos; la de arriba y el portón de abajo. Agacho la cabeza, los techos son los originales, demasiado bajos. Entro en el salón y enciendo la chimenea, pongo música y sonrío. En estas dos semanas no he dejado de hacerlo, me resulta placentero el sentimiento que me produce estar aquí. Una copa de vino, frío; Ribera del Duero, de la tierra. Enciendo el ordenador, respiro hondo y de pronto mis ojos se llenan de lágrimas. Mi corazón late con la celeridad del que quiere huir, del que se siente prisionero y necesita gritar. Es el momento, coloco mis dedos sobre el teclado y les dejo que sean ellos los protagonistas de este instante.


“ … Te quise tanto… A mi manera, con todo por delante, sin zonas oscuras, sin condiciones, sin reparos ni vergüenzas. No sé querer de otra manera. Te mostré mis miserias sin pudor, te hice partícipe de mis sueños con ilusión, te amé, te amé con la intensidad que produce la falta de aire en los pulmones y en la cabeza. Aprendí que no recibir lo mismo que tú das o de la misma manera, no es malo. Que no debe de ser reprochable, que yo pongo lo que quiero y debo de aceptar aquello que recibo con esa misma pasión. Fui consciente del tiempo, del que tiene colores, del nublado, del tiempo que pasa fugaz, del eterno, del que se resiste a pasar. Del tiempo de compartir, del tiempo de cansancio, de ese tiempo implacable y delicioso. Me enamoré del sentir, de un segundo de gozo, de aquel sonido, de tu mirada, de tu voz, de tus brazos, de tu amor… Te quise tanto…”

Miro el reloj, son cerca de las tres de la madrugada. La botella está vacía y mi alma llena. Antonio nunca leerá esto, nunca leyó nada, pero sé que me amó.

Me quedé dormida en el sofá, la chimenea se fue poco a poco apagando y me despertó el frío del amanecer. Eso me recordaba a tantas mañanas en Santiago, cuando los cortes de electricidad nos helaba además del cuerpo, el corazón.

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