Sí, es cierto. A veces el precio que hay que pagar por ser diferente es demasiado alto. Nada sale gratis y eso desgasta no sólo la mente sino también el corazón. Esa fragilidad presuntamente oculta, esa calma alterada a cada instante, ese no querer querer a pesar de ser una necesidad.
Deseo que llegue ese día en el que pueda dormir seis horas seguidas, en el que me despierte un beso, en el que la sonrisa ocupe el espacio vacío. Ese día en el que las preguntas se respondan solas, en el que no pensar si querer y hacerlo sin más. Quizá como muchos otros se lo lleven las nubes y el tiempo me frene en un instante dejándome parada en aquel sueño, siempre con olor a mar.
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