domingo, 26 de agosto de 2018

... Y UN ARROZ CON BACALAO

Hoy he soñado con mi abuela, menuda nochecita de sarandonga he pasado. Me ha tenido metida en la cocina haciendo tortillitas de bacalo más de tres horas. Eso si, con nuestra cervecita al lado.

Nos hemos reído mucho recordando anécdotas de cuando yo era pequeña y lo mal que me portaba a veces con mis primos. Más de una vez nos hemos arrancao a bailar las dos mientras se calentaba el aceite en la sartén. Doblándonos las palmas, mirándonos a los ojos que rabiaban de felicidad y tarareando las canciones a la vez.

Creo que después de comer nos quedamos dormidas las dos en el sofá y entonces soñé con mi padre. Era la primera vez que le veía desde abril y lo primero que hice fue abrazarle fuerte y llorar de emoción. Como siempre en esos casos sus palabras fueron: “No llores hija, tranquila”. Esas palabras y esa mirada que tanto consuelo me dieron siempre y me siguen dando. Y de repente desapareció. Me desperté y mi abuela estaba allí, roncando tan pichi. La miré con ternura y al oído le dije lo que muchas veces antes le había dicho “te quiero abuela”.

Abrí los ojos y estaba en mi cama, domingo 26 de agosto de 2018. Me he quedado un rato mirando al techo, luego he dado varias vueltas hasta que me he levantado cuando aún no había amanecido. Sentada en el sofá mirando la ceniza caer he pensado que podría significar ese sueño.

Escribiendo esto ahora no puedo dejar de llorar. No cesan las lágrimas, esas que salen solas, sin aspavientos, en silencio. De las que caen por las mejillas como balones. Me llega el olor del incienso, los ruidos de la calle y se me duerme la pierna derecha por la mala postura que tengo. ¡Joer! Me río yo sola.

Incorporada ya, sigo sonriendo y pienso y escribo y siento y releo y me seco las lagrimas y me voy al espejo del baño y me miro a los ojos y me gusta lo que veo y lo que no veo pero sé que está dentro de mi. Me hago una pregunta retórica ¿Que por qué soy capaz de dar amor de la manera que lo doy? Muy sencillo, lo llevo dentro de mi, ahora entiendo el sueño. Y eso me hace sentir inmensamente afortunada, por ese motivo nunca dejaré de querer, de amar como lo hago, a mi no me asusta, aunque a veces sea de más. Desde que era pequeña escuché “Más vale que sobre qué no que falte”.

La pierna no termina de despertar, cuatro cruces con el dedo mojado en saliva o quizá me tenga que arrancar con un sarandonga.

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