domingo, 25 de agosto de 2013

FUE LA TERNURA DE UNA LAGRIMA LA QUE LE PRODUJO AQUEL TEMBLOR…



No era consciente desde cuando llevaba viviendo en la calle. No sabía si todos los días dormía en la misma esquina o cada noche se refugiaba en un lugar diferente. No podía asegurar haber comido hoy y no recordaba ya que se sentía después de una ducha.

Unos días se llamaba Manuela, otros Aurora, por las tardes Brillante y alguna noche entre lágrimas, Esperanza… Pocas veces sus palabras tenían sentido y el sonido de sus carcajadas siempre hacía daño en el corazón.

Esperanza, la llamé una noche que volvía tarde después de cenar con unos amigos. “ Que pasa magnolia? O eres una rosa?” me contestó. “Quieres un café calentito?, le ofrecí entre risas. “Anda coño, pues claro…”. Le dije que esperara un momento y subí a casa. Siempre tenía café preparado, nunca se sabe si volverás a casa sola o acompañada… Calenté dos vasos y bajé en seguida.

Toma, está caliente y con bien de azúcar como a ti te gusta”, le dije. Me miró a los ojos con una mezcla de locura, dolor, amor y TERNURA  y se tomó el café con la mirada perdida en el vacío.

Al fin y al cabo, quien de nosotros no tenemos esa mirada tantas veces, el dolor que nos produce la locura del amor.

Aquella mujer se acercó a mí, con la miradabaja, rascándose la cabeza y frotando su mano derecha sobre su nariz. Masculló algunas palabras que no fui capaz de entender. Me miró a los ojos, acarició mi mejilla y le rodó una LÁGRIMA. Aquella pequeña gota de agua dejó una marca en esa cara sucia del tiempo, de los años y de las penas. Cuando ya se alejaba cantando quien sabe que, fui corriendo hacia ella. La agarré del brazo, con mi cabeza ladeada la cogí de la mano, y le dije, “dame un abrazo”. Y fue el TEMBLOR que me produjo ese abrazo, la seguridad de que ni Manuela, ni Aurora, ni Brillante. Su nombre era Esperanza.

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